Seamos realistas: por mucho que pueda parecerlo durante las conversaciones más sesudas —o pedantes, vayan ustedes a saber— sobre el séptimo arte, los géneros cinematográficos están lejos de ser algo sagrado o casi místico. Al final del día, no dejan de ser palabras que se elevan como simples y llanas herramientas que ayudan a catalogar producciones y que nos facilitan enormemente la vida tanto en intercambios de opinión distendidos como a la hora de divulgar y comunicar profesionalmente.
A través de términos concretos y acotados, los géneros nos permiten transmitir una idea general sobre una película en términos de atmósfera, de tono, de tropos argumentales, de las sensaciones que puede llegar a transmitir o de los marcos históricos y geográficos en que se ambienta. De hecho, es probable que si alguien nos habla de un «musical», una «comedia», una de «ciencia ficción» o una de «acción», no necesitemos escuchar mucho más para saber por dónde van los tiros.
El miedo es libre, los géneros no tanto
Si estoy explicando todo esto en 2025 —y más concretamente el día de Halloween—, es porque hay un pequeño problema. A día de hoy, aún existen espectadores que creen firmemente que los géneros se transforman y mutan en base a su percepción sobre un largometraje, algo que ocurre con muchísima más frecuencia dentro del nicho del terror y que podemos comprobar cuando, con más frecuencia de la deseable, leemos y escuchamos lo siguiente: «Si no me da miedo, no es de terror».
Siento ser yo el que rompa la magia, y reconozco que, por supuesto, el miedo es libre, pero que no te inquiete una cinta no la encajona automáticamente en una categoría diferente. De hecho, pocos ejemplos mejores podemos encontrar para defender esto que el reestreno de ‘El exorcista’ en el año 2000 con su montaje del director, cuando las salas rebosaban de asistentes divididos en dos grupos muy diferenciados: quienes reían a mandíbula batiente —algo digno de estudio y que sigo sin comprender demasiado bien— y quienes no podían mirar la pantalla durante más de cinco minutos seguidos fruto del pánico.
Estas dos reacciones ante una misma obra, insisto, no hacen que el clásico de William Friedkin pertenezca a un género distinto para cada persona que la experimenta; los demonios, las posesiones, las escenas explícitas diseñadas expresamente para perturbar, los arrebatos de gore y violencia o su opresiva atmósfera, así como los entresijos de su tratamiento audiovisual son los elementos que la convierten en un ejercicio de terror puro.
Y es que, que no te haga gracia ‘Resacón en Las Vegas’ no la transforma en un drama bélico, y que no te asuste ‘Alien: El octavo pasajero’ no la mueve al apartado de comedias musicales —por mucho que ‘La loca historia de las galaxias’ nos hiciese soñar con ello por un momento—.
Rizando el rizo
Para ilustrar un poquito mejor esta idea y rizar algo más el rizo, podemos tirar del hilo a través de este bluit en el que un usuario de Bluesky asegura lo siguiente sobre la magnífica ‘Los pecadores’ de Ryan Coogler —probablemente, una de las 3 mejores películas estrenadas hasta la fecha este curso cinematográfico—.
«Si ‘Los pecadores’ es tan buena película es porque no es una película de terror. Es una película sobre la experiencia negra y la experiencia del inmigrante en Estados Unidos. Cuenta la historia de pueblos marginados y usa los vampiros como una alegoría para contar esa historia. Es MUCHO más que «una película de vampiros».
Con este simple mensaje queda claro cristalino que, además del absurdo recelo a reconocer públicamente que una película de terror puede ser magnífica, hay un cacao mental importante cuando toca diferenciar temas, tesis, estilos y géneros, omitiendo además que la hibridación genérica existe.
Ciñéndonos a ‘Los pecadores’, nos encontramos ante un largometraje cuyos temas y discursos exploran, como bien dice el bluit, la «experiencia negra», la inmigración e, incluso, la apropiación cultural y el poder del arte al perfilar y reforzar una identidad propia y colectiva. Pero, por mucha complejidad que puedan albergar sus subtextos, su estilo y los tropos de su contenido —vampiros, violencia, atmósfera opresiva…— casan a la perfección con los de una película de terror.
Por suerte, todo lo expuesto en este texto desaparecerá de la faz de la Tierra cuando se deje de mirarse al cine de género por encima del hombro. O eso espero.
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La noticia
Que una película no dé miedo no significa que no sea de terror: por qué la forma en que experimentamos la ficción no altera su género
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Víctor López G.
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