Alauda Ruiz de Azúa podría haber hecho una película combativa, una que señalara con el dedo a la Iglesia, sus estructuras y sus silencios. Pero ‘Los domingos‘ elige otro camino, más íntimo, más empático y, quizás por eso mismo, más desconcertante. La directora de ‘Cinco lobitos‘ no aborda la religión como una institución que oprime o somete, sino como un espacio en el que se cruzan los afectos, la necesidad de sentido y la búsqueda personal.
La película parte de una historia que podría haber sido el germen de un drama sobre el control o la obediencia -a través de una joven que decide ingresar en un convento-, pero opta por contarla desde el interior de una familia, en lo cotidiano, en la tensión emocional que provoca la renuncia. Y ese punto de vista lo cambia todo: en lugar de un discurso sobre el poder, ‘Los domingos’ se convierte en una exploración de lo íntimo, de lo que duele y lo que se elige.
Observar sin denunciar
Como ejercicio narrativo, ‘Los domingos’ suaviza deliberadamente la representación de la institución eclesiástica, no tanto por miedo ni por complacencia, sino porque su interés no está en la crítica sino en el intentar comprender. En la película, la Iglesia no aparece como un organismo represivo ni como una autoridad que dicta normas, sino como un espacio cotidiano habitado por personas que buscan algo -a veces paz, a veces consuelo, a veces simplemente silencio-.
La directora evita los símbolos del poder religioso y opta por una puesta en escena que transmite calma y humanidad, alejándose de la grandilocuencia o el juicio moral. Ese tono contenido hace que la película sea más accesible para el público creyente, que no se siente atacado, aunque quizás deje con ganas de más a los espectadores más escépticos, que podrían esperar un retrato más incisivo del control o la obediencia dentro de la fe.
De hecho, en lugar de hablar del poder, ‘Los domingos’ habla de las relaciones. Su conflicto central no es teológico, sino familiar: una tía que intenta convencer a su sobrina de que no se encierre en un convento, y una joven que cree haber encontrado allí un camino posible. La religión funciona como un escenario simbólico de un enfrentamiento generacional y emocional, donde ambas proyectan sus frustraciones. La sobrina busca una identidad a través de la renuncia; la tía, por el contrario, se aferra a la idea de libertad que siente que ha perdido. Lo que empieza como una discusión sobre la fe acaba siendo una exploración sobre la culpa y el deseo de escapar.
Ruiz de Azúa filma esa tensión con una sensibilidad muy propia: sin discursos, sin juicios, con silencios que dicen más que muchas palabras. ‘Los domingos’ no idealiza la fe, pero tampoco la condena, entiende la vocación como un gesto profundamente humano, casi político en su intimidad. Habla de cómo, en un mundo saturado de ruido, elegir el silencio también puede ser un acto de afirmación. Y en ese sentido, la película no va tanto sobre Dios como sobre la libertad creer, la de dudar, la de decidir.
Esa mirada empática, casi conciliadora, podría parecer en apariencia «suave» y lo es, pero en realidad encierra una enorme lucidez: la de entender que la fe -sea religiosa o no- forma parte de la experiencia humana, y que juzgarla desde fuera sería negar lo que la hace compleja. ‘Los domingos’ no es una película que busque ser crítica con la institución, solo busca tratar de comprender. Y en ese intento, logra conectar tanto con creyentes como con agnósticos, porque todos, de una manera u otra, hemos sentido la necesidad de encontrar sentido o pertenencia.
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La noticia
‘Los domingos’ esquiva ser crítica con la Iglesia Católica como institución y no la culpo. El objetivo de Alauda Ruiz de Azúa era otro y creo que lo ha conseguido
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por
Belén Prieto
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